¡Vive para algogrande!
¡Solo tengo una vida y deseo vivirla para algo grande!
¡Solo tengo una vida y deseo vivirla para algo grande!
¡Desde pequeña siempre he sentido este deseo en mi corazón con gran fuerza y claridad! ¡Una profunda sed de alegría, de paz, de libertad interior, de verdad, de amor, de … vivir en plenitud cada instante! He recorrido muchas calles buscando respuestas, interrogando a muchas personas para atesorar sus perlas de sabiduría recogidas en el viaje de la vida, me he puesto a la escucha de personas esplendidas para aprender el arte de vivir, pero sobre todo, he comenzado a dejarme alcanzar en profundidad por las Palabras de Vida de Aquel que para mí, además de ser el más grande entre todos los hombres, es también el Señor de la creación, el Verbo de Dios: ¡Jesús!
Es así como he descubierto que si abrimos el corazón a la espiritualidad, el Amor nos abre maravillosos horizontes siempre nuevos y la vida, pese a las muchas dificultades y sufrimientos que nos toca afrontar, puede convertirse en una aventura divina, maravillosa.
Aprendí a no conformarme con las muchas verdades «prefabricadas», que con tanta prepotencia cada día se nos proponen, o mejor, se nos imponen, para seguir cada día mi búsqueda, teniendo el corazón y la mente siempre abiertos, dejándome constantemente cuestionar por la conversión continua que requiere una honesta búsqueda de la Verdad, del Bien, del Amor, de Dios.
Seguí buscando, dudando, interrogándome, dejándome cuestionar. Recorrí desiertos áridos y abrasadores, me he sumergí en abismos infernales, helados como la muerte, he procurado escalar cumbres desafiantes para no conformarme con una vida vivida a medias o peor todavía, en el banquillo… sino para buscar respuestas a los interrogantes y a las necesidades más profundas grabadas en mi espíritu.
En el verano de 1983, tenía 17 años, cuando un episodio ha marcado una etapa decisiva en mi vida.
Una noche fui con algunas amigas a Sperlonga y, en el camino de regreso, el coche patinó y salió de la carretera. Con un ataque de pánico, en un segundo, me di cuenta de que nos estábamos precipitando en un barranco del que no saldríamos vivas. Un grito y después… no se… de milagro, logramos salir del coche justo a tiempo. El automóvil siguió cayendo, quedando reducido a chatarra, pero las cuatro nos salvamos. Aquella noche he visto por primera vez la muerte cara a cara, y por un instante, tan largo como la eternidad, he visto como en un flashback mi vida y me pregunté: y ahora ¿Qué me queda?”. En aquel preciso instante se marcó a fuego en mi alma una nueva luz, de modo indeleble: TODO PASA, SOLO EL AMOR PERMANECE..
Aquella noche con Claudia, una de mis mejores amigas que iba conmigo en el coche, hicimos un pacto:
en cualquier momento esta vida podría terminar. Ayudémonos a vivir cada segundo al máximo para poder decir cuando la muerte venga a encontrarnos: ¡hemos vivido nuestra vida en plenitud y hemos hecho de ella un don de Amor!
Entonces no habría podido nunca imaginar que solo dos meses más tarde, Claudia, sería atropellada por un conductor ebrio y moriría, así, sin ni siquiera poder despedirme de ella. Ese momento ha marcado un punto de inflexión en mi vida. Claudia había firmado nuestro pacto con su vida.
La ida inesperada y repentina al Cielo de Claudia marcó a fuego mi deseo de vivir cada instante en plenitud, como un don único que la vida nos regala, con la conciencia de que TODO PASA, SOLO EL AMOR PERMANECE.. Mi deseo de VIVIR PARA ALGO GRANDE, se hizo cada vez más fuerte.
Desde entonces, he intensificado mi camino espiritual y he encontrado muchas maravillosas respuestas. He encontrado esa plenitud de Alegría, de Paz, de libertad, de la cual nuestra alma tiene una sed tan profunda. Siempre he deseado hacer de todo como para compartirla con el mayor número de personas posible.